domingo, 22 de noviembre de 2015

ALPINISMO BISEXUAL Y OTROS ESCRITOS DE ALTURA

El pasado domingo, aprovechando el viaje en AVE a Madrid, la larga espera en Chamartín y el último tirón de tren hasta Vitoria-Gasteiz, me leí Alpinismo bisexual y otros escritos de altura, de Simón Elías Barasoain. 


 Yo viajaba para asistir como ponente a las VI Jornadas de Literatura, Cine y Montaña, y quizás buscando imbuirme todavía más de esa pasión montañera, me eché el libro al bolsillo de la chaqueta (tiene el tamaño propio). Lo había comprado unos días antes por impulso, atraído por la portada y la vis cómica de su semblanza biográfica, y al arrancar el tren y empezar a leer la introducción del autor, me di cuenta de que había acertado.
EL ALPINISMO ES ALGO grotesco. En el verano del año 1980, los japoneses Motoso Ohmiya y Koji Okano alcanzaron por primera vez la cumbre del Latok IV, una montaña del Karakórum pakistaní con una altitud de 6.456 metros. Durante el descenso, mientras cavaban un agujero en la nieve donde pasar la noche, cayeron cincuenta metros en una grieta glaciar. Inmovilizados por las múltiples fracturas que les produjo la caída y estancados en la profundidad de la grieta de hielo, esperaron durante cuatro días con la esperanza de que sus compañeros del campamento base llegaran a socorrerles. El cuarto día, al entender que su equipo les había dado por muertos, comenzaron a cavar un túnel en la nieve para intentar alcanzar la superficie. Tras doce horas cavando, Ohmiya consiguió escapar y se arrastró montaña abajo con una pierna rota. Cuando alcanzó el campamento base, milagrosamente encontró a sus compañeros desmontando las tiendas, a punto de partir. Koji Okano fue liberado de su mortaja helada, ocho días después del accidente, al límite de morir de inanición e hipotermia. 
 Definitivamente el alpinismo es algo grotesco: hombres y mujeres con los dedos congelados, cuerpos sin vida colgando al final de una cuerda, esfuerzos homéricos para alcanzar una cumbre en la que no se puede respirar ni mirar el paisaje... La práctica del alpinismo es, sin duda, uno de los mayores actos de estupidez que puede cometer el ser humano. Aquí reside su grandeza. Cuando un hombre o una mujer son capaces de dejarlo todo para ir a escalar una montaña en un remoto confín de Asia, donde probablemente perderán la vida, la historia nos conecta con nuestra más oscura humanidad: la búsqueda de lo desconocido, el reto, la etérea y alucinada percepción de uno mismo a través del esfuerzo y la vida en la naturaleza. Sobre estos temas ha girado la literatura universal desde que un tipo salió de casa para ver qué había al otro lado de la colina y otro se dispuso a contarlo. Quizás por eso, lo más interesante del alpinismo no es la actividad, el simple acto de subir montañas, sino todo lo que gira alrededor de una idea tan descabellada: los viajes, las noches de espera en ciudades que intimidan, la ley de países sin política, montar a caballo, despellejar animales, las pulgas, el nomadismo, las diarreas... Intentar convertir la épica en un acto estúpido y la estupidez en un acto épico ha sido desde siempre el objetivo de mi escritura. 
 [...] los alpinistas somos una panda de felices capullos camino de la extinción.
 El logroñés Simón Elías deja traslucir un fino humor en sus escritos, pero también la pasta de la que está hecho. Estamos ante un alpinista que transita el "escenario severo de las montañas", pero que huye de los oropeles de la cima y la pose de tantos.

 He leído sus piezas breves despacio, como si estuviese catando un vino, deleitándome con personajes como Chango Chuck, un tipo con aspecto de Papá Noel empeñado en escalar los mil metros lisos de El Capitán haciendo autoestop;
Chango sobre todo era un excéntrico. No se limitaba a escalar. Lo importante era el viaje por el océano vertical que él entendía como una larga y profunda conversación consigo mismo. Lo importante era estar lejos del suelo y de la policía y de los autobuses de turistas y de las tarjetas de crédito, por si acaso todo se calentaba de repente y estallaba. Chango tenía una visión apocalíptica del mundo y una casa improvisada bajo El Capitán donde siempre trataba bien a las visitas.

El Capitán, Yosemite

Chad McMullen, su compañero de instituto con quien viaja en pos del escenario de una fotografía en la que se ve a Jeff Lowe escalando en Moab asegurado por Catherine Destivelle;
[...] Al fondo de la imagen se perdía la inmensidad del desierto. "¿Dónde está esto?" le pregunté a Chad. Me miró con desprecio, dando a entender que yo era un paleto integral. "Esto es Utah, idiota, el desierto, las torres rojas, Supercrack, los mormones y el único lugar donde la cerveza coloca menos que la Cocacola". Como siempre Chad hablaba con ese aire de superioridad que le daba ser un senior popular en Palmer High School y dedicar su ocio a explorar las montañas de Colorado.
o Justus, el guía del Rwenzori que Simón nos presenta con trazos ajustados, los mismos con los que nos describe el paisaje, las ciudades y sus propias aventuras, algunas en regiones remotas del Tíbet, Pakistán, Nepal, Argentina o Uganda, en las que siempre es una suerte terminar el día enteros y lejos de una comisaría. Leo las páginas con un Staedtler del nº 2 (sí, como mi Alain Lampard en Los ojos del cordero) y subrayo aquí y allá frases que me habría gustado que fuesen mías.
Se giró hacia mí con esa expresión con la que Jesucristo debía mirar a sus discípulos. 
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Los perros olisqueaban entre el barro, las basuras y los cristales rotos. De vez en cuando levantaban la cabeza para lanzar un ladrido de advertencia al extranjero.
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Justus tiene cuarenta años y dos hijos, es guía del Rwenzori desde hace veinte años. Es un tipo serio, ancho y bajo, compacto y musculado. A la tarde, el cámara nos junta para una entrevista. Las sillas están tocándose para que los dos podamos entrar en el plano, con lo que mis rodillas se encajan en las de mi compañero. Justus se sienta a mi lado y, poniéndole una mano en la pierna, le explico las exigencias del guión. Acabo diciéndole con un guiño que no se preocupe, que pese a estar tan juntos no le voy a besar, todavía. El negro estalla en una carcajada, me coge una mano entre las suyas y mirándome con toda la profundidad de África en sus ojos me dice: "Míster, nunca te voy a olvidar". Esta es la mejor cumbre del viaje.
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Los camareros ataviados con camisa y pajarita traen una ronda más. Yo bebo anís turco -raki- mezclado con agua, Alí bebe whisky y las chicas vodka con cola. Nurlana levanta la copa para brindar y con la otra mano aprovecha para tocarme el paquete. Nos miramos a los ojos, girando la cabeza en un viaje de ida y vuelta, y damos un trago largo. No hace cuatro horas que estoy en esta ciudad y presiento que me estoy metiendo en un buen lío.
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Cuando miro a mi madre salir a buscar leña entre la nieve pienso en los primeros viajes a la Patagonia donde vivíamos en el bosque, en medio de un limbo reconfortante. Íbamos buscando una cosa pero encontrábamos otra. Veníamos buscando montañas como el Cerro Torre pero encontrábamos las tardes junto a la hoguera tomando mate, el tiempo interminable para leer o para hacer equilibrios sobre una cuerda floja tendida entre dos árboles. Encontramos que tan importante era escalar montañas como vivir en medio de una naturaleza agreste que te protegiese de las normas del exterior. Allí entendimos que la libertad era peligrosa. Un fallo no suponía la regañina de un jefe o una multa del Ministerio de Hacienda. Un fallo en la libertad de la naturaleza supone la muerte o el accidente.
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En la montaña la felicidad es muy básica: si el día es duro y peligroso consiste en seguir sintiéndote vivo. Si es tranquilo y seguro, es suficiente con un plato de arroz con pollo y un saco de dormir.
 Simón Elías aprovecha también estas páginas para meter algunas pullas, muy acertadas por cierto. Nunca he tenido teléfono móvil ni GPS, y mi pulsómetro es el más básico de todos, así que suscribo sus palabras sobre las nuevas tecnologías:
Los días previos hay que descargarse los itinerarios en el GPS. Estas máquinas inteligentes están ayudando a acabar con la poca materia gris que todavía tenían algunos seres humanos excepcionales. [...] Salir a la montaña es un ejercicio tecnológico que no solo no potencia las habilidades del ser humano sino que las esconde bajo un escudo de máquinas de compleja utilización y elevado precio. [...] pese a las grandes inversiones en investigación y desarrollo, los inventos solo funcionan respaldados por las habilidades con las que el hombre ha recorrido las montañas desde el inicio de la exploración alpina: prudencia, conocimiento, técnica y forma física.
 También comprendo sus palabras (no sé por qué muchos no entendieron las de Trueba) cuando escribe:
Quizás una de las mejores cosas de ser español es que nunca nos podremos sentir orgullosos por ello. 
El mejor lugar para entender el nacionalismo es el exilio. [...] A las seis de la tarde los guías de Chamonix esperan a la entrada del histórico edificio de su compañía la apertura del tour de rôle: la designación por orden de titularidad del trabajo del día siguiente. Algunos guías españoles, colombianos, italianos y argentinos deambulamos por los pasillos del imponente edificio, entre las fotos intimidantes de señores de grandes bigotes ataviados con pantalones bávaros, esperando a que los locales se repartan el trabajo y el jefe-guía nos ofrezca unos turistas a los que pasear por los glaciares. El procedimiento está sujeto a un pomposo protocolo marcado por los rangos como en un campamento de boy scoust. Por ahora somos los que limpian las letrinas. Mientras camino por los pasillos del insigne edificio me viene a la mente una imagen familiar: las cuadrillas en el puente sobre el Ebro, durante la época de vendimia, esperando a que una furgoneta pare y el conductor señale a tres o cuatro afortunados que podrán cortar uva ese día. La inmigración es un duro ejercicio. Salimos de casa pensando en abrir una cuenta en Suiza y acabamos vaciando ceniceros, porque, de tan feos, no podemos ser bailarinas.
 Y sus críticas a la legislación en la montaña y a las competiciones que en ella se desarrollan:
Durante años hemos ido a la montaña para buscar espacios de libertad. La escalada, el puro ejercicio físico de ascender, era algo anecdótico; lo importante era compartir un vivac con los amigos, comer una pasta que sabía al té del desayuno y compartir un cigarrillo bajo las estrellas, lejos de toda legislación. En la montaña, en la naturaleza salvaje nos alejábamos de las constricciones sociales y crecíamos como personas, como amigos y como comunidad; luego intentábamos implementar esos valores en la vida urbana para hacer de ese mundo violento un lugar un poco más apacible. Finalmente hemos hecho lo contrario. Hemos traído a la naturaleza la competición, la selección biogenética y los cronómetros. También el respeto a las leyes y la implantación del intercambio comercial como centro de una actividad en la que la felicidad se medía por la cantidad de tierra acumulada en las orejas. Hemos creado un conjunto de reglas inviolables que rigen la vida campestre y que asfixian todo elemento lúdico. Vinimos a buscar espacios de libertad y construimos monstruos normativos. Íbamos a hacer un viaje de escalada y acabamos haciendo turismo de montaña.
 Y denuncio, como él, la poca valoración que se le da al trabajo de los escritores, de los artistas en general, como si pensasen que vivimos del aire.
Quizás hubo un momento en que esto fue un país pero ahora se ha convertido en un teatro. También en una calle oscura de arrabal donde salir desvalijado. En menos de un mes el que suscribe ha recibido más de media docena de proposiciones para trabajar sin cobrar. Las ofertas para trabajar a bajo precio han superado la docena. [...] Hace unas semanas la directora de un conocido medio de comunicación digital se puso en contacto conmigo para pagarme un trabajo entregado dos meses atrás. Al señalarle su falta de sensibilidad por no responder los correos electrónicos y pedir el pago de mi trabajo que consistía en un reportaje de cuatro mil palabras y más de una docena de fotografías, ella me respondió: "¿Qué te parecen setenta euros?". A lo que el que suscribe replicó: "Me parece excesivo".
 Bueno, creo que Simón no me perdonaría terminar esta entrada sin un puntito de alegría, así que os anoto el chiste que nos cuenta el propio Simón en el relato Gorilas de montaña. Fue leerlo y no poder parar de reír:
Alguien cuenta un chiste sobre un tipo que fue a ver a los gorilas de montaña. Al parecer un macho de doscientos cincuenta kilos le sodomizó entre las lianas. Su amigo le pregunta: "¿Estarás jodido no?". A lo que el damnificado responde: "Estoy destrozado... No me llama, no me escribe...".

Simón Elías Barasoain (Foto: desnivelpress.com)


Nota: Los textos de Alpinismo bisexual y otros escritos de altura, pertenecen al volúmen de relatos de Simón Elías Barasoain, publicado por Pepitas de calabaza ed. en noviembre de 2013. Mi ejemplar es una tercera edición, de mayo de 2014, con prólogo de Sebastián Álvaro, semblanza de Emilio Blaxqi y un epílogo de Manuel Jabois.

www.pepitas.net

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