sábado, 21 de enero de 2017

LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FOGGONES


Pedro Delgado Fernández y José Antonio Castillo Rodríguez
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

El pasado día 21 de diciembre tuve el placer de presentar el libro La vuelta al mundo en 80 Foggones, de José Antonio Castillo Rodríguez. Al acto, celebrado en la Sociedad Económica de Amigos del País, en el número 7 de la malagueña plaza de la Constitución, acudió numeroso público, que hizo un alto en las compras navideñas para escuchar y arropar al autor en tan espléndido marco. También nos acompañó, pero sobre la tarima, Jesús Otaola, de Ediciones del Genal, editorial que está realizando una labor encomiable en pro de los autores malagueños. Él fue quien me encargó el prólogo de esta obra; y si en un principio he de reconocer que me atenazó la responsabilidad, consciente de la importancia que tiene el prólogo en un libro, hoy me siento feliz y orgulloso de haber formado parte de este proyecto. Vaya desde aquí mi enhorabuena al autor, al editor y a Nuria Ogalla, la persona que con tanto mimo ha diseñado y maquetado el texto.

Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones (Ediciones del Genal)
Sociedad Económica de Amigos del País, Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

José Antonio Castillo Rodríguez en la presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola
Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones (Fotografía: Lucía Rodríguez)

 Aquí les dejo el prólogo para abrir boca, y un buen montón de fotos, cortesía de Lucía Rodríguez Vicario, para los que no pudisteis acompañarnos esa tarde.


PRÓLOGO

Mi primer contacto con Julio Verne se remonta a la infancia, cuando devoraba los tebeos de la colección Joyas literarias juveniles que nos traía mi padre al volver del trabajo. En aquella pila de tebeos, de la editorial Bruguera, estaban adaptadas las novelas más importantes del escritor francés, contadas para los niños en el siempre sugestivo lenguaje de la historieta: Viaje al centro de la Tierra, Cinco semanas en globo, 20.000 leguas de viaje submarino, La isla misteriosa, Las tribulaciones de un chino en China, Los hijos del capitán Grant, La esfinge de los hielos, Las aventuras del capitán Hatteras, Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral... Y por supuesto, La vuelta al mundo en ochenta días; un tebeo que se convirtió en uno de mis favoritos, no sólo por la historia y los dibujos del interior, sino también por la magnífica portada que Antonio Bernal Romero había hecho para aquel número 17 de la colección, en la que se veía a unos indios asaltando un tren bajo un inmenso cielo naranja.


 Sin duda, aquellas lecturas marcaron mi gusto por la aventura y los viajes; y si al principio recreaba aquellas historias con mis playmobils y mis madelmans, a medida que fui creciendo empecé a coger la mochila y a alejarme cada vez más de casa, en un intento por vivir yo mismo mis propias vicisitudes.
 Como no podía ser de otra manera, he tratado siempre de transmitirles a mis dos hijos esa pasión por Verne y los viajes, no sólo leyéndoles por la noche algunas de sus novelas, sino también acompañándolos a lugares tan remotos como el volcán Sneffels en Islandia, adonde prometí llevar al mayor la noche que terminamos Viaje al centro de la Tierra, o a ciudades tan emblemáticas como Nantes y Amiens, donde nació y murió respectivamente y donde se encuentran las casas que habitó, así como unos espacios museísticos que son una verdadera invitación a la aventura. Pendiente queda otra promesa: la de seguir el itinerario de Miguel Strogoff a través de los más de 5.000 kilómetros que separan Moscú de Irkutsk.

 Centrándome de nuevo en La vuelta al mundo en ochenta días, no puedo dejar de mencionar la película: el clásico de 1956 que dirigió Michael Anderson, con David Niven y Mario Moreno "Cantinflas" como protagonistas, y no esa patochada que interpretó Jackie Chan en 2004.


 Tampoco puedo olvidarme de la serie de dibujos animados, la del famoso Willy Fog, que hizo las delicias de los más pequeños de la casa en los años 80, con esa banda sonora de Mocedades que ha tarareado más de media España. También recuerdo la adaptación de la novela al teatro que vi con mis alumnos y mis hijos en el salón de actos del Colegio San Estanislao de Málaga.

 Les confesaré una cosa: aún sigo soñando con que algún periódico o alguna editorial me lance el reto de dar la vuelta al mundo en esos ochenta días, como me consta que ya han hecho algunos (Luis Pancorbo, Manuel Leguineche, Michael Palin...). Mientras llega ese momento, he tenido la ocasión de revivir el viaje de Phileas Fogg y el entrañable Passepartout a través de esta originalísima obra, La vuelta al mundo en ochenta Foggones, donde el autor, José Antonio Castillo Rodríguez, nos muestra, de manera más que acertada, las recetas de los platos de comida que debieron de yantar el del Reform Club y su criado durante tan largo periplo. Es éste un libro que hará las delicias de todos los "cocinillas", pero también de todos los que aman la novela de Verne, pues, como me comentó José Antonio Castillo, "la cocina es el pretexto del viaje, y el viaje es el pretexto de la cocina". Como ven, estamos ante un divertimento que les permitirá acompañar a nuestros viejos amigos, a la vez que degustar la cocina de todos aquellos países que atraviesan a la carrera. Que el autor sea licenciado en Filosofía y Letras, y doctor en Geografía Física, nos garantiza que estamos ante un texto con enjundia. José Antonio tiene además alma de flâneur, y, aunque no es un explorador urbano, le gusta vagar sin rumbo ni objetivo definido por las montañas de nuestra Málaga, y lo hace atento al detalle, recogiendo sus vicisitudes e impresiones en cuadernos que han fructificado en algún que otro libro de viajes. Por cierto, y ya que les hablo del término francés, les comentaré que Balzac, en el Grand dictionnaire universel, describe la flânerie como gastronomía para los ojos, una definición que, sin duda, también podríamos aplicarle a este libro.
 Por último, quiero plantearles un reto: cojan el delantal, enciendan los fogones y traten de hacer todas las recetas del libro en... ¿Qué tal 80 días?

Pedro Delgado Fernández
Profesor, escritor y viajero


La vuelta al mundo en 80 Foggones (Ediciones del Genal, 2016)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones (Ediciones del Genal, 2016)
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones en la Sociedad Económica de Amigos del País
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario (diciembre 2016)

Pedro Delgado leyendo su prólogo a La vuelta al mundo en 80 Foggones
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Pedro Delgado, José Antonio Castillo Rodríguez y Jesús Otaola
Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones (Fotografía: Lucía Rodríguez)

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola
Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga (Fotografía: Lucía Rodríguez)

El escritor José Antonio Castillo Rodríguez y el editor Jesús Otaola
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Los escritores Pedro Delgado Fernández y José Antonio Castillo Rodríguez
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Los escritores Pedro Delgado Fernández y José Antonio Castillo Rodríguez
Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga, diciembre 2016 (Fotografía: Lucía Rodríguez)

José Antonio Castillo Rodríguez, autor de La vuelta al mundo en 80 Foggones
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

José Antonio Castillo Rodríguez, autor de La vuelta al mundo en 80 Foggones
Fotografía: Lucía Rodríguez

Presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones en Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario (diciembre 2016)

Pedro Delgado y José Antonio Castillo en la presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Pedro Delgado y José Antonio Castillo Rodríguez (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola (Fotografía: Lucía Rodríguez)

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Pedro Delgado Fernández y José Antonio Castillo Rodríguez (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Pedro Delgado, José Antonio Castillo y Jesús Otaola (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Presentación de La vuelta la mundo en 80 Foggones en la Sociedad Económica Amigos del País
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

José Antonio Castillo dedicándole La vuelta al mundo en 80 Foggones a Pedro Delgado
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

Cartel de la presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones

Invitación a la presentación de La vuelta al mundo en 80 Foggones (Ediciones del Genal, 2016)

viernes, 13 de enero de 2017

DIVIDIDOS POR EL MISMO IDIOMA


Grabado de Gustave Doré, La confusión de las lenguas

Hace muchos años hice un curso de darija en la mezquita de calle La Unión, que está enfrente del bloque donde me crié. Para el que no lo sepa, la darija es el árabe dialectal que se habla en Marruecos. Bueno, los bereberes se expresan en su lengua, que es el bereber en sus diferentes dialectos, pero la gran mayoría de ellos conoce la darija que aprenden en la escuela y en el ejército y que, gracias a la radio, llega a los lugares más apartados. 
 Aquellas clases me sirvieron para chapurrear algunas frases en mis viajes al otro lado del Estrecho, una deferencia que te permitía ganar rápidamente la simpatía de tu interlocutor y que éste dejase de verte como un mero turista.
 No sé por dónde andará mi viejo cuadernillo de darija, pero hoy me acordé de él al leer el artículo de Ricard González en El País del domingo 20 de noviembre. Sí, ya sé que estamos a 13 de enero, pero es que soy de los que guardan los artículos más interesantes para leerlos en otro momento, en esos instantes de calma en los que uno puede centrarse en un texto más largo con un café en la mano.

 La torre de Babel del mundo árabe se lee en el titular, al que sigue el siguiente subencabezado:
Con 350 millones de hablantes en 22 países, los árabes se encuentran cada vez más divididos por el mismo idioma. Los dialectos regionales se imponen a la lengua clásica sin que haya un habla común aceptada.
 El problema no me afecta a mí, que viajo por el mundo árabe sin haber estudiado el idioma, pero imagino el drama que es haber estudiado unos cuantos años el árabe clásico y darte cuenta de que, al margen de la dimensión religiosa, no te sirve para mucho.

 A continuación, les copio aquí el artículo de Ricard González. Si prefieren leer el artículo original pueden hacerlo pinchando sobre el siguiente enlace:
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/18/actualidad/1479489961_243950.html

Muchos de los seguidores de los filmes de dibujos animados de Walt Disney en el mundo árabe se encuentran en pie de rebeldía desde 2012, cuando la compañía estadounidense decidió dejar de doblar sus producciones al dialecto egipcio y empezar a hacerlo en árabe clásico. En los últimos tiempos, varias campañas han inundado las redes sociales de mensajes que exigen a la productora un retorno a la lengua que usó durante las cuatro décadas anteriores. 
 "El árabe clásico no se utiliza en ningún país para la vida diaria. Por ejemplo, en el filme animado Del revés (2015), uno de los grandes éxitos de Pixar, muchas de las expresiones no transmitían pasión, parecían sacadas de un documental. El dialecto egipcio es mejor para unas películas como las de Disney, llenas de ingenio y humor", sostiene Omar Ibrahim, administrador de la página de Facebook Disney en egipcio, que cuenta con más de 80.000 seguidores. Este es el último episodio de una vieja pugna entre el árabe clásico y sus diversos dialectos, un debate que despierta susceptibilidades políticas, identitarias e incluso religiosas. 
 El árabe que se enseña en las escuelas de Oriente Próximo y el norte de África es una versión simplificada y modernizada de la lengua del Corán, también llamado estándar moderno o fusha. Sin embargo, hoy en día es un idioma que solo existe en los libros, periódicos o los noticieros de la televisión. Nadie lo habla en su vida cotidiana, un dominio reservado a los dialectos. Cada país o región tiene el suyo propio, y son muy diferentes entre sí. También difieren bastante del árabe clásico, ya que suelen incorporar palabras de las lenguas preexistentes, como el amazig o el copto, así como del idioma de la potencia colonial ocupante. 
 Esta gran diversidad lingüística de la cultura árabe se convierte en todo un reto -o un dolor de cabeza- para los extranjeros que la estudian. "Después de tres años aprendiendo árabe [clásico] fue frustrante llegar a El Cairo y darme cuenta de que no entendía nada. Ni tampoco me entendían ellos a mí cuando salía a comprar, o preguntaba en la calle. Y eso que ya sabía que los dialectos eran diferentes del clásico", recuerda Lucía Medea García, doctoranda especializada en lingüística árabe. 
 A pesar de no contar, en la mayoría de los casos, con una gramática reglada, algunos lingüistas consideran que los dialectos vernáculos han madurado ya lo suficiente como para considerarlos lenguas. De la misma manera que el castellano o el catalán se emanciparon del latín. "Este es un viejo rompecabezas, y tiene más que ver con la política y con cuestiones de identidad cultural que con criterios lingüísticos", puntualiza Elias Muhanna, profesor de Literatura Árabe en la Brown University (EE UU), que recuerda que los dialectos no son de aparición reciente, sino tan viejos como la expansión de la lengua árabe a lomos del imperio musulmán. 
 Algunos pedagogos defienden la inclusión de los dialectos en el currículo escolar de una forma u otra, ya que a veces el uso del fusha en el material escolar dificulta la comprensión y ralentiza el aprendizaje. "Adquirir un buen dominio en la lengua estándar requiere una transición más suave a partir de los dialectos", opina Muhanna. 
 Sin embargo, tal posibilidad levanta ampollas entre algunos maestros, que consideran los vernáculos como "una versión corrupta del árabe". "El árabe clásico ocupa una posición especial, ya que su existencia salvaguarda la unidad del mundo árabe. Además, tiene una dimensión religiosa muy importante por ser la lengua del Corán", explica el sociólogo tunecino Mahmoud Dhaouadi. Incluso Omar Ibrahim destaca su valor "sagrado". 
 Esta devoción por el fusha incluso lleva a veces a la censura académica. "Existen muchas presiones para no tratar aspectos como la evolución de esta lengua semítica o la historia y estructura de los dialectos árabes. Conozco casos de investigadores que siguen sin publicar sus estudios por las fuertes penalizaciones académicas que conllevarían", afirma Lucía Medea. 
 La condición de torre de Babel del mundo árabe, un espacio cultural que engloba a 22 Estados y unos 350 millones de hablantes, se pone de manifiesto en los encuentros de personas originarias de países diversos. "Si en los talleres participa algún marroquí o argelino, debe hablar en clásico, porque el resto apenas entenderíamos nada. En cambio, si los asistentes son todos de la zona oriental, cada uno habla en su dialecto y nos entendemos. El problema solo aparece a veces con los egipcios, pues los hay que solo entienden su propio dialecto", comenta Ahmed el Gohary, un investigador de una ONG de derechos humanos egipcia residente en Túnez. 
 Con 90 millones de hablantes (casi un 25% del total de arabófonos) y una potente industria cultural, el dialecto egipcio ha ejercido de forma oficiosa el papel de estándar. Gracias a admirados cantantes como Umm Kalzum o Abdul Wahab, películas y series de televisión, diversas generaciones de árabes lo entienden perfectamente. De ahí la decisión inicial de Disney de adoptarlo en sus doblajes. No obstante, a causa de la globalización y el despegue de las industrias culturales de otras zonas, la hegemonía del egipcio se desmorona. "El hijo de un amigo tunecino me oyó hablar en dialecto egipcio y le preguntó a su padre qué lengua era aquella, no entendía nada", confiesa El Gohary.  
 Así las cosas, sobre todo entre jóvenes árabes de un nivel cultural alto, a veces el inglés o el francés se convierten en la lingua franca. A la dicotomía entre clásico y vernáculo se superpone la conflictiva herencia lingüística de la colonización, sobre todo en el norte de África. "Muchos de aquellos que defienden el dialecto frente al clásico en el fondo quieren la supremacía del francés. El árabe clásico aún no se ha normalizado en Túnez seis décadas después de la independencia", denuncia Dhaouadi, y como prueba señala que en muchos países árabes los estudios universitarios de Medicina o Economía se realizan en la lengua del colonizador. De hecho, en los estratos sociales más altos de Túnez, triunfa el llamado francárabe, una mezcla continua y desordenada de frases en árabe y francés. 
 Sea como fuere, la penetración de los dialectos en cada vez más ámbitos de la vida cultural, incluida la literatura o la poesía, otrora territorios exclusivos del fusha, resulta evidente. Incluso los políticos usan más a menudo el vernáculo. Con la intención de dar una imagen de proximidad, los dictadores Ben Alí y Hosni Mubarak se dirigieron a sus compatriotas en dialecto en sus últimos discursos televisados, ya en plena revolución. Era la primera vez que lo hacían. Y es que en un mundo árabe en plena efervescencia, política, social e identitaria, tampoco los hábitos lingüísticos permanecen inmutables.

Pueden leer más artículos de Ricard González en el siguiente enlace:
http://elpais.com/autor/ricard_gonzalez/a

Ricard González

o en su blog Mosaic Oriental:
https://ricardgonzalez.wordpress.com