lunes, 31 de julio de 2017

SUEÑOS ÁRTICOS O DE CÓMO COMBATIR ESTOS CALORES


Sueños árticos: una recomendación para estar más frescos este verano
Fotografía: Lucía Rodríguez

Si son de los que están hartos de que el telediario anuncie una ola de calor tras otra, y no soportan las playas atestadas de bañistas, les propongo que se sumerjan en las páginas de Sueños árticos hasta que llegue septiembre.

El libro del estadounidense Barry Lopez, recién editado por Capitán Swing, ganó el National Book Award en 1986, y constituye una especie de Biblia o libro de cabecera para viajeros, naturalistas y escritores de la talla de Robert Macfarlane, quien nos asegura en la presentación que Sueños árticos cambió el curso de su vida: "me convirtió en escritor".
En 1997, el verano en el que cumplí veintiún años, pasé varias semanas en el noroeste de Canadá escalando las Rocosas y recorriendo los caminos salvajes de la cuenca del Pacífico. Estuve solo durante largos periodos de tiempo, con horas y horas que llenar en tiendas de campaña, por lo que pasé mucho tiempo leyendo. Siempre que regresaba a una ciudad, entre viaje y viaje, me dirigía a la librería más cercana para hacerme con suministros. Estaba ojeando estanterías en Vancouver cuando encontré un ejemplar de Sueños árticos. Tenía poderosas razones para no comprarlo. Nunca había oído hablar de Barry Lopez. Su subtítulo (Imaginación y deseo en un paisaje septentrional) me pareció entonces propio de la novela rosa. Era caro para mis posibilidades. Y sobre todo, era pesado: cerca de quinientas páginas en papel grueso. Puesto que tenía que cargar a la espalda cuanto quisiera leer, había decidido evaluar mis posibles lecturas según la lógica propia del pemmican, ese concentrado alimenticio de los nativos norteamericanos: máximo aporte calórico intelectual por gramo. 
 Por algún motivo que ahora no puedo recordar, dejé a un lado estas objeciones, compré el libro y lo leí mientras recorría la costa oeste de la isla de Vancouver, acampado en playas azotadas por las olas y con la comida suspendida de los árboles y lejos de mi tienda, en consonancia con las normas para prevenir indeseados encuentros con osos. Lo leí entonces y me maravilló. Lo volví a leer, perdí el libro en algún lugar cerca de Banff (Alberta), compré otro ejemplar, se lo regalé a mi padre, se lo cogí prestado y lo volví a leer, una y otra vez, una y otra vez. Todavía tengo aquel libro (con una dedicatoria en tinta roja para mi padre fechada el 18 de agosto de 1997): el lomo está abierto, la portada rasgada, los márgenes colmados de anotaciones y las páginas se mantienen juntas con cinta adhesiva que ya se ha oscurecido. 
 Sueños árticos cambió el curso de mi vida: me convirtió en escritor. Es una combinación de ciencia natural, antropología, historia cultural, filosofía, periodismo y observación lírica que me mostró que la literatura de no ficción puede ser tan experimental en la forma y tan hermosa en su lenguaje como cualquier novela.
Robert Macfarlane

 Finalmente este mes de agosto voy a viajar a Albania, por lo que, como Macfarlane, voy a dejar esta lectura para cuando me adentre en Canadá y Alaska tras los pasos de Jack London. Seguro que sus páginas me animan a subir más al norte, a la zona de Inuvik y Tuktoyaktuk, esta última localidad ya en la costa ártica. Espero que sea el verano que viene. Aún así, y como lo tengo en la mesita de noche, no puedo resistir la tentación de abrirlo al azar y refrescarme en sus páginas.

 Por la mañana salí a la cubierta de proa y me quedé contemplando cómo se abrían limpiamente las olas verdinegras de dos metros para dar paso a la proa del barco. Acechantes tras la niebla, las moles de hielo que habían impedido conciliar el sueño a unos cuantos de nosotros seguían avanzando inexorablemente hacia el sur, coronadas por una guirnalda de silencio gris, incipiente bajo el aire frío. Solo con que hubiésemos rozado una la noche anterior, un estrépito de alarmas y bocinas habría desgarrado el buque. Nos habríamos precipitado escaletas arriba vestidos con el equipo de tormenta, camino de los minúsculos botes salvavidas, tropezando con las ropas mal puestas, arrastrados hasta el límite mismo de la supervivencia. El descenso al encuentro del hielo y la oscuridad entre olas de seis metros, el terror agazapado como un perro salvaje en el pecho.


 Todavía estaba oscuro y me pareció que llovía un poco. Aparté el faldón de la tienda. Un cielo de nubes empujadas por la tormenta cruzada velozmente la cara de una abultada luna. Tal vez se despejaría al amanecer. El tintineo que había escuchado no era de la lluvia, solo del viento. Una tormenta, camino de algún otro lugar.


 Los primeros narvales que pude ver vivían lejos de allí, en el estrecho de Bering. El día que los vi comprendí que ningún elemento de la historia natural de la Tierra me había hecho dar jamás un salto tan rápido hasta un tiempo tan remoto. Fue como si viera encarnarse ante mis ojos una figura salida de un bestiario, una criatura de un exotismo comparable al de una jirafa. Fue como si acabara de verificar a simple vista la prueba de la existencia de un ser cuya realidad no tenía motivos para poner en duda, pero en la que, sin embargo, no podía acabar de creer del todo; parecía una fábula demasiado extravagante.


 El frío provocaba congelaciones y amputaciones, terribles dolores de cabeza y letárgica entre la marinería de los barcos que permanecían anclados todo el invierno en aquellas zonas. No había ropas ni refugios capaces de ofrecer protección suficiente contra él. El frío, que volvía ardiente el metal al contacto, dificultaba y complicaba todas las tareas. Hasta la obtención de agua para beber representaba un esfuerzo. Y el mortal aburrimiento de los cuarteles de invierno en un barco húmedo y helado solo multiplicaba los temores al escorbuto y a la muerte por inanición.


 La entrada de una osera bien situada estará resguarda del viento y orientada más o menos hacia el suroeste, para aprovechar el calor del sol de la tarde. Los cachorros se asoman a este porche protegido y soleado algunos días después que la madre y durante las primeras semanas casi no se alejan de allí. La madre a menudo los amamanta allí tumbada al sol, con la espalda apoyada contra una pared de nieve. Los cachorros se tienden sobre su vientre. Mientras maman, la osa inclina la cabeza hacia atrás y mira al cielo o bien la hace girar lentamente de un lado a otro o mece suavemente a sus crías entre las patas delanteras.


 La capacidad del mar helado de destruir bruscamente un barco aplastándolo como una nuez entre dos piedras era una idea que atormentaba a las gentes hasta reducirlas a un estado de agotamiento, de abyecta capitulación. Durante días el hielo parecía estar jugueteando con el barco: lo levantaba lentamente un par de pies fuera del agua o lo inclinaba 15º a babor para retenerlo luego allí. Los hombres dormían durante semanas seguidas con las ropas puestas, preparados para abandonar el barco en cualquier momento, conscientes de que el tajamar de proa podía abrirse de pronto con un estallido y el agua verde empezaría a derramarse sobre ellos a través de la fisura. O cualquier noche podía ser otra de aquellas en las que el hielo se limitaba a murmurar contra el casco o aullaba como un fantasma y se encabritaba astillándose en medio de la oscuridad, pero lejos de ellos.

Y como no sólo hay literatura de viajes en los libros del género, mañana viajo a Albania acompañado de varias novelas de Ismaíl Kadaré, el más insigne de sus escritores. Nos vemos a mi vuelta.

Novelas de Ismaíl Kadaré que me acompañarán en mi viaje a Albania
Fotografía: Lucía Rodríguez


domingo, 23 de julio de 2017

SOBRE EL RASTRO CUTURAL DE LA TÉRMICA, KATEB YACINE Y SU APOYO A LA CAUSA BEREBER


El Rastro Cultural de La Térmica, que empezó su andadura allá por el mes de noviembre de 2014 y que esta última edición pasó a celebrarse el primer viernes de cada mes, se toma un merecido descanso este verano para volver con energías renovadas el próximo 3 de noviembre.
 En el vídeo que acompaña esta entrada -y en el que aparezco en los minutos finales- se puede apreciar el buen ambiente que hay, con más de 40 puestos en los que encontrar libros, cómics, revistas, vinilos, cd's, fotografías, juguetes y merchandising vintage,  artesanías varias, ropas y complementos y un sinfín de cosas diversas y atractivas.


 Realmente uno nunca sabe lo que se va a encontrar esas tardes noches. A mí me encanta escaparme unos minutos de mi puesto para husmear en los otros, y siempre vuelvo con alguna pieza interesante. Como muestra, el libro que adquirí la última jornada en el stand de mi amigo y colega Miguel Ángel. Lleva por título El poeta como boxeador, y está compuesto por entrevistas al argelino, poeta y revolucionario Kateb Yacine, autor de numerosas obras de teatro y de la novela Nedjma. Las entrevistas fueron realizadas para distintos medios entre 1958 y 1989, y reunidas y presentadas por Gilles Carpentier* en este tomo que se publicó como un suplemento del número 49 de la revista debats en septiembre de 1994.

El poeta como boxeador. Entrevistas 1958-1989. Kateb Yacine (Debats)
Fotografía: Pedro Delgado

 Kateb Yacine murió en Grenoble (Francia) el 28 de octubre de 1989. Sin embargo, las palabras que leo y subrayo en el libro tienen la misma actualidad que entonces.
 Quizás muchos no recuerden los incidentes de Tizi-Ouzou, acaecidos en Argelia en 1980, cuando los estudiantes se sublevaron contra las autoridades arrastrando con ellos a gran parte de la población. "Recuerde cuál fue el origen de Tizi-Ouzou... Fue aquella torpeza increíble de un wali que se atreve a prohibir una conferencia sobre la antigua poesía de los cabilas", apunta Kateb Yacine sobre la abortada conferencia de Mouloud Mammeri sobre la poesía beréber en la capital de la Gran Cabilia, que hizo que el pueblo se movilizase por su lengua. "Cuando hacen tonterías como esa..., nos dan esperanza. Sí, no dejan de hacer tonterías, de humillar a la gente, de manifestar su menosprecio, su ignorancia, sus prejuicios, y es eso lo que va a preparar el terreno para la toma de conciencia, puesto que continúan. No han comprendido, no comprenderán nunca, y, por eso mismo, están condenados a cometer siempre los mismos errores".
 Los bereberes reclaman ahora en el Rif un hospital, una universidad y un trabajo digno para los jóvenes que no quieren tener que abandonar su país en una patera. Pero no se les deja ni protestar, y cuando eso ocurre la presión se concentra y termina por explotar -cualquiera que haya hecho un puchero en una olla exprés sabe a lo que me refiero-.

Manifestación en Alhucemas (Fotografía: Agencia EFE)

 Tras la detención de Nasser Zefzafi, las mujeres también han tomado la primera línea.
 "En 1980 se creó un movimiento de mujeres, al mismo tiempo que el de los estudiantes de Tizi-Ouzou; por primera vez se ha visto a las mujeres salir a la calle, al centro de Argel, y a los hombres convertirse en espectadores... Y en la lucha contra el fanatismo y la demagogia religiosa, son las mujeres las que se muestran más valientes", nos recuerda Kateb desde las páginas del libro. "Sin mujeres no hay revolución" dicen ahora las abanderadas del Movimiento Popular del Rif que nació tras la muerte a finales de octubre del vendedor ambulante de pescado Mouhcine Fikri, triturado dentro de un camión de basura cuando intentaba recuperar la mercancía que le acababa de confiscar la policía.

Mujeres en las protestas de Alhucemas
Fotografía: Reuters

 "A nosotros, no es el poder lo que nos interesa, es más bien la conciencia, la toma de conciencia de todo un pueblo", decía Kateb Yacine en 1987. "El poder tiene miedo de dos fuerzas: tiene miedo al movimiento nacionalista y tiene miedo al movimiento obrero. Tiene miedo de que haya un despertar real en las montañas", afirmaba en esa entrevista con Tassadit Yacine, especialista comprometida en la cultura amazigh. Por cierto que nunca había llevado tan lejos Kateb su condena al "árabo-islamismo" como en aquella conversación, reivindicando con tanta fuerza y tanta cólera los orígenes bereberes de África del Norte. "Es africano como hay que llamarse".

 A continuación, os dejo algunos subrayados más de El poeta como boxeador sobre el tema bereber:
"Se habla del árabe, se habla del francés, pero se olvida lo esencial, lo que llaman el "beréber". Término falso, venenoso incluso, que viene de la palabra "bárbaro". ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre, y hablar del tamazight, la lengua, y de Amazigh, esa palabra que representa a la vez al haza de tierra, al país y al hombre libre? Hay que imaginárselo, a este país, en la época de la Kahina. Éste mismo es un nombre que hay que explicar y desmitificar. Se llamaba Dihia, aquella mujer que tenía bajo su mando una confederación inmensa de tribus. Kahina viene del hebreo, del término cohen, que significa profeta. Los árabes la llamaron así porque tenía el don de la palabra, sabía dirigirse a su pueblo. Un rumor prudentemente referido por Ibn Khaldun la quiere judía: eso no es lo esencial, no fue así como entró en la historia. Además, esa hipótesis me parece falsa, pues ella no defendió el judaísmo, sino a su pueblo contra el islam. Los musulmanes a quienes ella combatía tenían, pues, todo el interés en hacerla pasar por judía, por enemiga. (Del mismo modo, algunos sionistas tienen interés en decir hoy que es judía.) 
 Estamos situados ante el complejo árabo-islámico. La alienación fundamental es creerse árabe, es la arabidad. Ahora bien, no hay raza árabe ni nación árabe. Sólo hay una lengua que ha vehiculado el Corán y con la que los árabes se han coronado de gloria. Los regímenes políticos se sirven de esta arabidad para enmascarar a su propio pueblo su identidad... 
[...] Pero quisiera volver sobre el tamazight. No hay que olvidar que mucha gente, en Argelia, habla esta lengua. Sin embargo, nos los presentan como una minoría. Y muchos argelinos se creen árabes porque caen en la mitología áraboislámica. La verdadera identidad es temida, podría cambiarlo todo en África del Norte. Suponga, por ejemplo, que en la radio se dirigen a los campesinos del Rif en tamazight, eso lo cambiaría absolutamente todo. Si Argelia siguiera la vía de la revolución, es así como establecería la relación. Actualmente no hay ningún diálogo con el pueblo marroquí, hay simplemente dos Estados que, de vez en cuando, son cómplices y, de vez en cuando, luchan entre sí. En el terreno cultural hay, pues, mucho que hacer... Esta lengua ha estado sofocada desde hace milenios -los romanos quisieron imponer el latín, los árabes su lengua y los franceses, a su vez... Pero existe, vive y se empobrece, cuando es la base de nuestra existencia histórica. Sólo a través de ella podemos volver a encontrarnos. El trabajo del escritor se vuelve, en el límite, casi oral: hay que estar presente, hablar a las personas, ir al encuentro de la trampa que se  nos ha tendido y que quiere que se sea árabo-musulmán o bien argelino de lengua francesa. Estos son los dos guetos que yo quiero evitar"
"[...] Para nosotros, la primera lucha es, evidentemente, la libertad de expresión".
Declaraciones de Kateb Yacine recogidas por Nadia Tazi (1980)


K.Y: "Hemos hablado de los romanos y de los cristianos. Ahora hablemos de la relación árabo-islámica; la más larga, la más dura, la más difícil de combatir". T.Y: "¿Porque es constitutiva de la cultura del pueblo?". KY: "Es duro luchar contra una capa de alienación como ésa. Durante estos trece siglos, se ha arcaizado el país pero al mismo tiempo se ha aplastado al tamazight, a la fuerza. Va todo junto. La arabización no puede ser nunca otra cosa que el aplastamiento del tamazight. La arabización es imponer a un pueblo una lengua que no es la suya, y por tanto combatir la suya, matarla. Como los franceses cuando prohibían a los escolares argelinos hablar árabe o tamazight porque querían hacer a Argelia francesa. La Argelia árabo-islámica es una Argelia contra sí misma, una Argelia extranjera a sí misma. Es una Argelia impuesta por las armas porque el islam no se hace con bombones y rosas. Se ha hecho con armas y sangre, se ha hecho por el aplastamiento, por la violencia, por el desprecio, por el odio, por las peores abyecciones que un pueblo pueda soportar. El resultado está a la vista. Cuando se toma a Ibn Khaldun*... ¿por qué no se ha hecho nunca una edición popular de Ibn Khaldun? Le propongo esto, ahora: tome La Historia de los Beréberes, haga una edición popular de Ibn Khaldun. Se me dice que es duro, etc. Hay aspectos un poco arduos: los orígenes de las tribus. Si se quitan esas páginas, hay páginas luminosas sobre la historia. Mire, por ejemplo, cuando se dice que este pueblo ha apostatado doce veces... Eso prueba que la píldora no ha pasado nunca". T.Y: "Hubo el fenómeno de los Bergwata, que fue una manifiesta toma de conciencia de lo que algunos han llamado una forma de nacionalismo norteafricano. Pero usted no puede decir que esos hechos culturales islámicos, y por consecuencia árabes, no han sido asimilados por el pueblo. Son parte integrante -lo quiera usted o no- de la cultura argelina y del Magreb". K.Y: "No estoy de acuerdo. La gente cree porque no tiene otra cosa. Hay mucho que decir. Estamos presos en un océano de mentiras. Tenemos un hilo para volver a encontrar la verdad, hay siglos de mentiras, e Ibn Khaldun es muy importante, porque él estaba en pleno árabo-islamismo, pero tenía un espíritu científico". T.Y: "Veía la realidad tal como era". K.Y: "Para nosotros, es una fuente extraordinaria. Hay que extenderla. Es necesario que La Historia de los Beréberes de Ibn Khaldun se enseñe. Es la que más nos concierne. Esa es su obra fundamental. Cuando se lee, se puede llegar también a las demás cuestiones". T.Y: "¿Puede decirnos algo más de ella?" K.Y: "Podemos llegar a las mujeres. Cómo es que este pueblo fue dirigido por una mujer. Y luego, ¡atención! Este pueblo no es solamente Argelia..." T.Y: "Es normal, ya que Argelia, Tunicia, Marruecos, son creaciones recientes". K.Y: "...era África del Norte. Una África del Norte mucho más amplia que la que se nos enseña, pues iba de Libia a África. El Magreb mismo es demasiado restrictivo. Es africano como hay que llamarse. Somos africanos. Tamazight es una lengua africana: la cocina, la artesanía, la danza, la canción, el modo de vida, todo nos muestra que somos africanos. El Magreb árabe y todo eso son invenciones, ideología; y su objeto es desviarnos de África". 
      Entrevista de Tassadit Yacine a Kateb Yacine (1887)


"Si Kateb Yacine compara tan a menudo al poeta con un boxeador, es porque está dispuesto a recibir golpes tanto como a darlos, si no más. La misma imagen expresará, por otra parte, tanto el entusiasmo de las victorias por puntos como el desencanto de las derrotas por KO". 
Gilles Carpentier



http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/organizaciones-derechos-humanos-piden-liberacion-activistas-del-rif/4116840/


 Ojalá el rey sea magnánimo a finales de julio y declare una amnistía para todos los detenidos. Y que todo se reconduzca y vuelva la calma.



*Los textos de El poeta como boxeador están traducidos por Eduard J. Verger.

*Ibn Khaldun (1332-1406). Historiador, filósofo y gran viajero, considerado como el precursor de la sociología, es el autor de un Libro de las consideraciones sobre la historia de los árabes, los persas y los beréberes.

domingo, 16 de julio de 2017

"LA MARIPOSA" PREMIADA EN EL I CONCURSO DE RELATOS CORTOS LÉSBICOS 'LES Y OTRAS HIERBAS'


La mariposa, collage Pedro Delgado

El pasado viernes me llamaron por teléfono para comunicarme que La mariposa había obtenido el tercer premio en el I Concurso de Relatos Cortos Lésbicos. El certamen, organizado por Les y otras hierbas, entregará los premios el próximo sábado día 22 en Jaraíz de la Vera, Cáceres.
 El primer premio ha sido para la también malagueña Cora Recio por Las cartas de Lola, y el segundo para la pontevedresa Kroki Cadarso por Entre fronteras, a las que desde aquí les doy la enhorabuena.

http://lesyotrashierbas.blogspot.com.es/2017/07/ya-tenemos-ganadores.html

 Mi relato La mariposa está incluido en Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015), un aliciente más para haceros con el libro.

Traía la cabeza descubierta y el pelo, largo y suelto, le caía sobre el caftán de seda verde y la toquilla de lana gruesa, de un verde más intenso. Carmen estaba en la cocina, sentada en una banqueta, mirando la tormenta desde la pequeña terraza, abierta y ennegrecida por el humo de los infiernillos y los fogones. Parecía suspendida del cielo. Aún no era noche cerrada, pero desde su atalaya las casas del pueblo se habían vuelto invisibles y sólo se distinguían puntos de luces débiles y oscilantes. Si distinguía la forma del valle era gracias a que estaba cubierto por un manto espeso de nieve que reverberaba en la oscuridad; sobre todo cuando relampagueaba. 
 Fátima se sentó junto a ella, y sus cuerpos quedaron a escasos centímetros.

https://www.libreriaproteo.com/libro/ver/id/1578270/titulo/carta-desde-el-toubkal.html

domingo, 9 de julio de 2017

LAWRENCE ANTHONY: EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LOS ELEFANTES


http://capitanswing.com/libros/el-hombre-que-susurraba-a-los-elefantes/

La primera vez que leí el título me vino a la cabeza la novela de Nicholas Evans y la película basada en ella que dirigió y protagonizó Robert Redford: El hombre que susurraba a los caballos. Sin embargo, no me miraba ningún caballo desde la portada, sino un elefante de piel gruesa, dura y arrugada. Sin él saberlo, mantuvimos el contacto visual unos minutos, hasta que cogí el volumen para leer la sinopsis en la contraportada.
 Aquel texto me supo a muchas de las novelas africanas que había leído de adolescente en aquellos tomos de Biblioteca de selecciones del Reader's Digest, historias condensadas que, sin duda, tienen mucho que ver en la concisión de mis relatos y novelas.

Novelas africanas de Biblioteca de Selecciones de Reader's Digest
Fotografia: Pedro Delgado

 No obstante, lo que definitivamente me llevó a querer leer el libro fue un dato acerca del autor sobre algo que aconteció muy lejos de Sudáfrica. En 2003, cuando el Trío La la la o de las Azores invadió Irak, los 650 animales del zoológico de Bagdad quedaron a merced de las bombas, pues Sadam Husein había convertido el recinto en una base militar. El personal del zoológico abandonó sus funciones a principios de abril por motivos de seguridad. Un hecho que, sumado a la escasez de alimentos que había en la capital, llevó a que se cometieran diversos actos de pillaje, siendo las aves y los pequeños mamíferos el botín más preciado. Pero la debacle llegó con la invasión. En la primera semana sólo sobrevivieron al caos de la guerra 35 animales. Algunos, escapados de sus jaulas, deambulaban como zombis por el zoológico o las calles de la ciudad, donde los soldados estadounidenses abatieron a varios leones, mientras otros permanecían en sus celdas en estado crítico, sin nada que beber ni comer. Lawrence Anthony (Sudáfrica, 1950-2012) fue un ángel para ellos, encargándose con Brendan Whittington-Jones de su rescate. Una historia que está narrada en Babylon's ark: the incredible wartime rescue of the Baghdad Zoo, texto que también escribió con su amigo Graham Spence y que espero se anime a traducir y publicar Capitán Swing*.

Lawrence Anthony: El hombre que susurraba a los elefantes
Fotografía: Pedro Delgado

 Pero si todo esto no es significativo para ustedes, prueben a leer el prólogo:
En 1999 me pidieron que acogiese una manada de elefantes salvajes en mi reserva natural. Entonces no tenía ni la menor idea de las andanzas y aventuras en las que estaba a punto de embarcarme, ni tampoco del reto que supondría, ni de cuánto enriquecería mi vida. 
 La aventura ha sido tanto física como espiritual. Física en el sentido de que fue pura acción desde el principio, como comprobaréis en las páginas que siguen; espiritual porque estos gigantes del planeta me llevaron a las profundidades de su mundo. 
 Espero que el título no se preste a confusión: este libro no trata de mí, porque yo no reivindico ningunas dotes especiales. El mérito es de los elefantes, pues fueron ellos quienes me hablaron y me enseñaron a escuchar. 
 Ocurrió a un nivel puramente personal. No soy científico, sino conservacionista, por lo que cuando describo las reacciones de los elefantes o las mías me baso simplemente en mis propias experiencias. Aquí no hay pruebas de laboratorio, sino que a base de observación y práctica descubrí qué era más conveniente para ellos y para mí en lo que sería nuestra odisea en común.
 No solo soy conservacionista, sino que también tengo la inmensa suerte de poseer una reserva natural llamada Thula Thula. Abarca algo más de dos mil hectáreas de sabana arbolada virgen en el corazón de Zululandia, Sudáfrica, donde antes los elefantes vivían en libertad. Ya no. Muchos zulúes de las zonas rurales no han visto un elefante en su vida. Mis elefantes fueron los primeros ejemplares salvajes que se reintrodujeron en esta región desde hacía más de un siglo. 
 Thula Thula es el hogar natural de gran parte de la fauna indígena de Zululandia, entre la que se encuentra el majestuoso rinoceronte blanco, el búfalo africano, el leopardo, la hiena, la jirafa, la cebra, el ñu, el cocodrilo y numerosas especies de antílope, así como depredadores menos conocidos como el lince y el serval. Hemos visto pitones largas como un camión y posiblemente tenemos la mayor población reproductora de buitre dorsiblanco de la provincia. 
 Y, cómo no, también tenemos elefantes. 
 Los elefantes aparecieron de la nada, como leeréis más adelante. Hoy no puedo imaginarme una vida sin ellos. No quiero una vida sin ellos. Para comprender cómo han podido enseñarme tantas cosas, es imprescindible tener en cuenta que en el reino animal la comunicación es tan natural como la vida misma, y que al principio solo fueron las autoimpuestas limitaciones humanas las que dificultaron mi comprensión. 
 En nuestras ruidosas ciudades solemos olvidar aquello que nuestros antepasados sabían de forma instintiva: que la naturaleza está viva y que habla a todo aquel que quiera escucharla... y responder. 
 También debemos comprender que hay cosas incomprensibles. Los elefantes tienen particularidades y aptitudes que la ciencia es incapaz de descifrar. Los elefantes no pueden reparar un ordenador, pero en materia de comunicación, tanto física como metafísica, dejarían boquiabierto al mismísimo Bill Gates. En algunos aspectos esenciales están mucho más avanzados que nosotros. 
 Es evidente que en el reino animal y vegetal ocurren hechos inexplicables, y no hay nada como observar lo que sucede a nuestro alrededor para cuestionarnos gran parte de lo que siempre hemos considerado una verdad incontestable. 
 Por ejemplo, cualquier guarda forestal nos dirá que cuando deciden sedar a un rinoceronte para reubicarlo en otra reserva, el día elegido para disparar el dardo sedante no encontrarán ni un solo rinoceronte, aunque el día anterior hubiese rinocerontes por todas partes. De algún modo perciben que van a por ellos y se esfuman, sin más. A la semana siguiente, cuando queramos sedar a un búfalo, los rinocerontes que habían desaparecido estarán ahí mismo, mirándonos. 
 Hace muchos años observé a un cazador que acechaba a su presa. Tenía permiso para cazar únicamente un joven impala macho soltero, pero los únicos impalas que encontró ese día fueron los que tenían a su cargo hembras con crías. Lo más increíble fue que esos machos a los que no podía disparar se pasearon ante la mira del cazador con todo el descaro del mundo mientras que, a lo lejos, los impalas solteros corrían para salvar la vida. 
 ¿Cómo es posible? Los guardas forestales más prosaicos dicen que se trata, simple y llanamente, de la ley de Murphy (es decir, que si algo puede salir mal, saldrá mal). Si quieres disparar o sedar a un animal en concreto, se esfumará. Otros, como yo, no están tan seguros. Quizá haya un componente algo más místico. Quizá las noticias corran con el viento. 
 Esta opinión menos convencional es la que defiende un viejo y sabio rastreador zulú que conozco muy bien. Este curtido hombre de la sabana me dijo que siempre que los monos de los alrededores de su aldea empiezan a pasarse de la raya y roban comida o muerden a los niños, el consejo del poblado decide disparar a uno para ahuyentar al resto del grupo. 
 –Pero esos monos son muy listos –me contó, dándose golpecitos en la sien–. En cuanto decidimos coger la escopeta, desaparecen. Ya hemos aprendido que no podemos pronunciar las palabras "mono" ni "escopeta", porque entonces no saldrán del bosque. Cuando hay peligro, lo oyen sin oírlo. 
 En efecto. Lo sorprendente es que el fenómeno trasciende incluso a la vida vegetal. A tres kilómetros de nuestra casa hemos construido un pequeño hotel de madera en una arboleda centenaria de acacias y varias especies de angiospermas. En este bosque ancestral, cuando un antílope o una jirafa empiezan a comerse las hojas de una acacia, esta no solo comprende que la están atacando, sino que rápidamente secreta tanino para amargar las hojas. A continuación el árbol emite un aroma, una feromona que advierte del peligro a otras acacias de los alrededores. Estos árboles vecinos reciben la advertencia y secretan tanino de inmediato, anticipándose al ataque. 
 Ahora bien, las acacias no tienen cerebro ni sistema nervioso central. ¿Qué es lo que toma estas decisiones tan complejas? O, mejor dicho, ¿por qué? ¿Por qué un árbol al parecer insensible va a preocuparse por la seguridad de su vecino y se tomará tantas molestias para protegerlo? Si carece de cerebro, ¿cómo puede saber siquiera que tiene familia o vecinos que proteger? 
 Bajo el microscopio, los organismos vivos no son más que un caldo de sustancias químicas y minerales. Pero ¿y lo que el microscopio no ve? Esta fuerza vital, el ingrediente esencial de la existencia que comparten tanto la acacia como el elefante, ¿puede cuantificarse? 
 Mis elefantes me han demostrado que sí. Me han enseñado que en el reino de los paquidermos existen la comprensión y la generosidad; que los elefantes son sensibles, afectuosos y sumamente inteligentes, y que aprecian las buenas relaciones con los humanos. 
 Esta es su historia. Ellos me enseñaron que todas las formas de vida son importantes para nuestra búsqueda común de la felicidad y la supervivencia. Que la vida es algo más que nosotros, nuestra familia y nuestra especie. 
 Pues bien, la misma oralidad tiene el resto del libro, con una excelente traducción de Magdalena Palmer que hace que el texto no se nos atraviese en ningún momento. Yo empecé a leerlo el jueves, mientras hacía cola para entregar la matrícula en el instituto de mi hijo, y ya no pude soltarlo, pues, como dice Lawrence, "cuando se dirige un parque natural en cuanto un problema se va, aparece otro", lo que te mantiene enganchado a sus páginas. Además, para mí es un libro especial por la atracción que siento por estos animales.

Los elefantes de mi escritorio (Fotografía: Pedro Delgado)

 También un viaje a una reserva Sudafricana sin tener que facturar la maleta, ni sellar el pasaporte.

Visado y sello de entrada en Sudáfrica
(Foto: cortesía de mi hermano Marcial)

Visado y sello de entrada en Sudáfrica
(Foto: cortesía de mi hermano Marcial)

 Como cierre, comentar que cuando Lawrence Anthony falleció de un infarto a los 61 años, la manada fue a su casa a llorar su muerte. Un comité de despedida que, terminado el libro, vuelve a ponerme los pelos de punta.

Lawrence Anthony (Sudáfrica, 1950-2012)


*al igual que The last rhinos en el que narra sus incursiones en un Sudán en guerra para salvar al último rinoceronte blanco del norte.